Mis impresiones de la vida independiente

Hace un año me fui a vivir a España con el sueño de poder decirle a todas las mujeres que salí de mi casa hacia la independencia y no precisamente con un velo de novia ladeándome la cabeza y las ideas.

Así que fui a la ciudad de Almería, España durante cinco meses, donde podría contarles tantas vicisitudes de muchas índoles, sin embargo por ahora la que más recuerdo fue la lucha contra un departamento o ‘piso’, para darse cuenta que aún el primer mundo y la gran modernidad nos enfrentan ante la horrible responsabilidad del mantenimiento de un hogar que no daba más que problemas.

Fácil, resumo todo en esto: El baño se tapó, la regadera se rompió, el horno de microondas dejó de funcionar por dos meses, la vitro cerámica reventó de la nada, todos los focos se fundieron, el lavavajillas no era lo mejor del mundo, la estufa de gas no tenía gas, perdimos la luz en dos ocasiones a causa de los fusibles... claro, no suena tan grave, pero imaginen todo junto.

Sólo utilizábamos un baño, que era el que estaba en una de las habitaciones, para bañarnos lo hacíamos con un chorro de agua que salía de un lado de la regadera. Como estábamos todas deprimidas (éramos cuatro chicas, otra chica más de agregada y un chico), sólo nos conectábamos a Internet ya que era invierno y en ocasiones no teníamos mucho dinero para salir. Tendíamos nuestra ropa en un pequeño balcón de 2 x 4 (¡Cómo extrañaba entonces mi enorme patio con un sol que secaba la ropa tan sólo de verla!) y basta decir que tenías que esperar tu turno para lavarla, porque no era suficiente; no teníamos un lavadero, así que cada una encontraba en el lavabo o el fregadero su piedra para tallar.

La Vitro cerámica (¿qué?), bueno nadie sabíamos lo que eso era, pero la utilizamos de todas maneras. De la nada un día tronó con nuestra comida esperando a ser devorada, nos costó un ojo de la cara. Empezamos a utilizar la rústica y conocida estufa de gas que estaba en un rincón. Cuando llamamos a un plomero fue precisamente un latino que nos quitó el otro ojo de la cara para ni siquiera resolver ese problema, nos juzgó de niñas ‘bien’ para sacarnos todo el dinero que quiso, y lo peor es que lo consiguió. A la semana siguiente el baño estaba igual, y otra semana más y nos dimos cuenta que el problema lo arreglaríamos nosotras con exactamente la décima parte de lo que pagamos por ese servicio.

Cuando perdimos la luz los fusibles eran la solución, lo único simple. Una semana o dos sin baño, con regadera a presión, sin dinero, pero con la gran conciencia de que la vida cómoda cuesta dinero, esfuerzo y que la independencia no se trata sólo de dejar a tus padres, requiere la misma responsabilidad de tomar cada problema como lo hacen las que se casan, como lo hizo mi madre.

Pero... yo volví a mi casa y no tuve que soportar a un hombre jaja. Algún día se realizará esa salida definitiva con las mismas intenciones.